Desarrollo
Proceso
Antecedentes y consecuencias de la experiencia de lo Profundo en Lao Tsé
La civilización china nació y se desarrolló en el valle del río Amarillo (fig. 1). En el tercer milenio antes de nuestra era (–XXX al –XX), finalizando el neolítico, los valles de los ríos Amarillo y Wei estaban habitados por un conjunto de tribus que acabaron por federarse, conducido por el mítico Emperador Amarillo (Huang di)[1]. Los taoístas, más tarde, lo verán como la primer emanación del Tao, fundador de la doctrina del wu wei (no acción), ancestro del Tao filosófico.
Por aquellos tiempos, el universo espiritual de los pobladores del valle del río Amarillo era fundamentalmente chamánico y las prácticas adivinatorias desempeñaban un papel principal. El investigador Preciado Idoeta nos relata:
El Universo de los antiguos chinos es un universo poblado de dioses, presentes por doquier, con los que el hombre vive en estrecho contacto. Nos encontramos ante una primitiva religión de la Naturaleza, esencialmente animista y dominada por la figura del chamán. El Emperador Amarillo fue el Gran Chamán, y grandes chamanes fueron los personajes legendarios que le sucedieron al frente de las tribus del río Amarillo: Yao, Shun y Yu. El chamanismo, que en aquellos tiempos se extendía por todo el continente, aún hoy se mantiene vivo entre muchos pueblos siberianos y de algún modo en formas religiosas relacionadas, como el Bon y el budismo tibetanos[2].
Es importante ante todo subrayar la complejidad cultural y religiosa de la China antigua. En opinión del especialista en religiones comparadas Mircea Eliade:
Ni su lengua, ni su cultura, ni su religión constituían en los principios sistemas unitarios. Wolfram Eberhard ha puesto de relieve la aportación de los elementos étnicos periféricos – thai, tunguses, turco-mongoles, tibetanos, etc. – a la síntesis china. Para el historiador de las religiones estas aportaciones son muy valiosas, pues le ayudan a entender, entre otras cosas, el impacto del chamanismo septentrional en la religión china y en el «origen» de ciertas prácticas taoístas.[3]
En particular, el valle del río Wei se fue convirtiendo en un gran centro de prosperidad económica y cultural gracias al intercambio con Occidente a través de la Ruta de la Seda, de la cual era el punto de arranque oriental (fig. 2).
En la civilización del río Amarillo (Huang Ho), el rey rendía culto a sus antepasados y, en primer lugar, a Shangdi (“emperador de lo alto”) o Tiandi (“emperador del Cielo”) del cual procedía el linaje real. Era considerado como una suerte de divinidad celeste suprema. No era la única, pues también se hacían ofrendas y sacrificios a diferentes deidades naturales del suelo, de las mieses, de los montes y los ríos, de los fenómenos naturales en general. Era preponderante el culto de cuatro animales: el dragón, el ave fénix, el unicornio y la tortuga. Con el paso del tiempo, Shangdi fue perdiendo su carácter antropomórfico y personal para convertirse en tian, el Cielo.
Los primeros testimonios escritos, sobre huesos y caparazones de tortuga, se relacionan con la dinastía Shang (–1766 a 1066), gracias a los cuales nos anoticiamos del arraigo ganado en esta cultura por el culto solar y del surgimiento de la svástica como símbolo solar.
De finales de la dinastía Shang son dos textos de especial interés. Uno es el célebre I Ching (“Libro de los Cambios”), cuya primera redacción se suele situar hacia el año –1100. En opinión de Silo, en esta obra clave de la cultura china se recoge aquellos elementos que luego serán un antecedente importante en la elaboración del Confucianismo y el Tao Te. Se deba el I Ching al legendario Fu Jtsi o a Vem, antecesor de la dinastía Chou, o a una sucesión de autores y correctores, lo cierto es que su influencia ha sido grande en la formación de numerosas escuelas de pensamiento, dando lugar también a una serie de técnicas adivinatorias y otras supersticiones que llegan hasta nuestros días.[4]
Coincidentemente, Richard Wilhelm, en su versión del I Ching nos dice: Bien puede afirmarse con toda tranquilidad que en el I Ching se asienta, elaborada, la más madura sapiencia recogida durante milenios. De ahí que tampoco sea asombroso que ambas ramas de la filosofía china, el confucianismo y el taoísmo, tengan allí sus raíces comunes. Una luz totalmente nueva arrojan estos textos sobre más de un misterio contenido en los vericuetos mentales, a menudo oscuros, del misterioso Viejo (Lao Tsé) y sus discípulos…”[5] Y más adelante: “La mirada de quien ha reconocido la mutación, ya no se detiene sobre las cosas singulares que pasan con el fluir de la corriente, sino que se dirige hacia la eterna ley inmutable que actúa en toda mutación. Esta ley es el Tao de Lao Tsé, el Curso, lo Uno en toda su multiplicidad.”[6]
En el I Ching se explica el origen del universo y de los cambios que en él acontecen a partir de ocho trigramas (ba gua). Estos, a su vez, se derivan de dos líneas que representan el yin (línea partida) y el yang (línea continua). La interacción entre el yin y el yang, ley fundamental de la Naturaleza, es el fiel reflejo de las relaciones entre el Cielo, el Hombre y la Tierra, y base de la adivinación.[7]
En el Libro de los Cambios encontramos la primera mención acerca del yin y el yang: En el origen de los cambios se halla el Tai ji, que engendró al Yin y al Yang.
Más tarde será Lao Tsé el que nos diga:
El Tao engendra al uno,
el uno engendra al dos,
el dos engendra al tres,
el tres engendra a los diez mil seres.
Los diez mil seres albergan en su seno el yin y el yang,
cuyas energías vitales (qi)
chocan para tornarse en armónica unidad. (5 (XLII)). [8]
El otro texto es el Hongfan, recogido en un libro titulado Shangshu. Su interés radica en que por primera vez se mencionan los cinco elementos (wu xing): tierra, agua, fuego, metal y madera, como fundamento del universo y fases de todo proceso.
Tenemos así los componentes del proceso creativo universal. El Tao en su vacuidad original, el Wu ji (No-ser), está representado por el círculo: registro de quietud, ciclo cerrado, principio y fin. La quietud del Absoluto, del Infinito, del Tao, he aquí el Wu ji, que, en el momento que comienza a moverse y se inicia el proceso emanativo, se transforma en Tai ji (Ser). Así, Wu ji y Tai ji, son dos aspectos contenidos en el Gran Principio. Este proceso emanativo tiene, entonces, un punto de partida – el Tao; y un punto de llegada – los infinitos seres. En medio, se sitúan, sucesivamente, el Gran Uno (o Tai ji), el yin-yang y los cinco elementos.
En opinión de Mircea Eliade, por lo que concierne a la estructura y los ritmos del universo, existe una perfecta unidad y continuidad entre las diversas concepciones fundamentales desde los Shang hasta la Primera revolución china de 1911. La imagen tradicional del universo evoca un centro atravesado por un eje vertical cenit-nadir y enmarcado por los cuatro orientes. El Cielo es redondo (tiene la forma de un huevo) y la Tierra es cuadrada. El Cielo cubre la Tierra como una esfera. Cuando la Tierra es representada como la caja cuadrada de un carro, una columna central sostiene la sombrilla, redonda como el Cielo. A cada uno de los números cosmológicos —cuatro orientes y un centro— corresponden un color, un sabor, un sonido y un símbolo particular.[9]
Estas tradiciones mitológicas arcaicas, respecto de los orígenes y la formación del mundo, llegan hasta Lao Tsé y sus discípulos. Según Eliade: el hecho de que la esencia del vocabulario taoísta —huen-tuen, tao, yang y yin— sea compartido por las restantes escuelas prueba su carácter antiguo y de patrimonio chino común. (…) El origen del mundo según Lao Tsé no hace otra cosa que repetir, en lenguaje metafísico, el antiguo tema cosmogónico del caos (huen-tuen) en tanto que totalidad semejante a un huevo.[10]
Retomando la secuencia histórica: a finales del siglo –XI el último monarca de la dinastía Shang es vencido por el duque de Zhou; el duque victorioso se convirtió en rey e inauguró la más larga dinastía de la historia china: los Zhou (–1.046 a 256). Hacia –770 es el comienzo de la dinastía de los Zhou del Este, y del período conocido en la historia china como de las Primaveras y Otoños; la capital del imperio era la actual Luoyang, en el curso medio del río Amarillo (Fig. 3).[11]
Paradójicamente, es en este período, signado por cruentas guerras y fuerte inestabilidad política y social, que se desarrolló la civilización china clásica y especialmente el pensamiento filosófico, con grandes figuras como Lao Tsé, Confucio, Mo Tsé y Sun Tzu, los cuales dieron origen a sus respectivas escuelas.
Este contexto social de crisis del sistema feudal chino (fengjian), enfrentamientos entre estados, disputas internas e inestabilidad general caracteriza al momento histórico en que, según nuestra hipótesis de trabajo, vivió Lao Tsé: el siglo VI antes de nuestra era, durante la dinastía Zhou del Este, en el país de Chen (anexado al estado de Chu en –479) (Fig. 4), China Central. Coordenadas espacio-temporales dentro de las cuales puede haberse producido su acceso a estados profundos de conciencia inspirada.
En el período siguiente, conocido como Epoca de los Estados Combatientes (–475 a 221), los continuos conflictos y la fuerte necesidad de nuevos modelos políticos y sociales lleva al surgimiento de numerosas doctrinas filosóficas, conformándose las Cien Escuelas del Pensamiento chino, de entre las cuales tuvieron un rol preponderante las cuatro mencionadas: el Taoísmo, el Confucianismo, el Mohismo y el Militarismo de Sun Tzu. En el caso particular del Taoísmo, surge en el siglo –II la escuela de Huang Lao[12], denominada así en referencia a Huang di (el Emperador Amarillo) y Lao Tsé, los dos grandes maestros que hasta hoy los taoístas reconocen como sus fundadores.
En adelante, son hitos importantes de destacar, en el siglo II de nuestra era el surgimiento del Taoísmo religioso; un sistema de creencias sincrético que incorpora también elementos del confucianismo, el budismo y cultos locales chinos. Y, más adelante, en el siglo VIII, de la Alquimia Interior, un elaborado sistema de prácticas energéticas y respiratorias orientado a la creación de un nuevo cuerpo espiritual que trascienda a la existencia física del practicante. Ambos reconocen a Lao Tsé y su Tao-Te-Ching como la fuente primaria de inspiración y han llegado hasta hoy en una gran variedad de escuelas y linajes; los cuales traducen la experiencia mística taoísta y despliegan la raíz doctrinaria común en campos tan vastos como la medicina tradicional china y las artes marciales, pasando por disciplinas como el chi-kung, el tai-chi, el feng-shui o la caligrafía.
[1] Preciado Idoeta, I. Tao-Te-Ching. Los libros del Tao, pág. 43.
[2] Ibid, pág. 46. Ver también: La conciencia inspirada en el chamanismo siberiano-mongol y el budismo tibetano, en Buriatia y Mongolia. Novotny, Hugo. Centro de Estudios del Parque Carcarañá www.parquecarcarana.org/web/producciones-de-escuela .
[3] Eliade M.. Historia de las ideas y las creencias religiosas. Tomo II. Las religiones de la antigua China. Ed. Paidós, México, 1999. Pág. 28.
[4] Silo. Obras Completas. Mitos Raíces Universales, pág. 399.
[5] Wilhelm R.. I Ching. El libro de las mutaciones. Editorial Sudamericana. Buenos Aires, 2009. Pág. 59.
[6] Ibid.,pág. 67.
[7] Preciado Idoeta, I. Tao-Te-Ching. Los libros del Tao, pág. 87.
[8] Ibid., pág. 227.
[9] Eliade, M.. Historia de las creencias y las ideas religiosas. T.II., pág. 31.
[10] Ibid, pág. 30.
[11] Eliade, M.. Historia de las creencias y las ideas religiosas. T.II. Pág. 25.
[12] Preciado Idoeta, Iñaqui. Las enseñanzas de Lao zi. Editorial Kairós, Barcelona, 1998. Pág.17.